lunes, 14 de septiembre de 2009

Aurelio Baldor

Para los estudiantes de nuestra época y de varias generaciones, Baldor fue el eje de nuestras preocupaciones, de malas noches y de más de una pesadilla, muchos lápices y hojas de papel gastamos, tratando de resolver sus ejercicios propuestos fundamentalmente del libro de Algebra, nos aseguraban que tenìamos que "voltearnos el libro", para dar un buen exámen de admisión a la universidad, el libro aun sigue siendo buscado y usado por estudiantes que quieren adquirir destreza con los números, sin embargo ya nos es un libro recomendado, otros aires soplan en la metodología educativa. Pero muy pocos saben quien es Aurelio Baldor, aquí una semblanza de su vida

Historia de Baldor ÁLGEBRA...baldor_algebra.htm
Ningún régimen ni poder que disgrega a las familias y las aleja de su país
puede ser bueno para nadie... quizás podemos abrir caminos nuevos de éxitos pero
la tristeza del alma no tiene precio... el que es exitoso por esfuerzo propio
será exitoso en cualquier lugar del planeta, el que sólo espera a que le den
para tener no triunfara jamás en ningún área por que sencillamente no se respeta
a si mismo... viva la vida y que maravilloso es disfrutar cada cosa que
conseguimos por ¡esfuerzo personal!
Historia de Baldor ÁLGEBRA
Aurelio Baldor, el autor del libro que más terror despierta en los estudiantes de
bachillerato de toda Latinoamérica, no nació en Bagdad. Nació en La Habana,
Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la
revolución de Fidel Castro. Esa fue la única ecuación inconclusa del creador del
Álgebra de Baldor, un apacible abogado y matemático que se encerraba durante
largas jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel para escribir un
texto que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de estudiantes de toda
Latinoamérica.

El Álgebra de Baldor, aun más que El Quijote de la Mancha, es el
libro más consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la
Patagonia. Tenebroso para algunos,misterioso para otros y definitivamente
indescifrable para los adolescentes que intentan resolver sus "misceláneas" a
altas horas de la madrugada, es un texto que permanece en la cabeza de tres
generaciones que ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es el terrible
hombre árabe que observa con desdén calculado a sus alumnos amedrentados, sino
el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 en La
Habana, y portador de un apellido que significa "valle de oro" y que viajó desde
Bélgica hasta Cuba.

Daniel Baldor Reside en Miami y es el tercero de los siete hijos del célebre matemático.Inversionista, consultor y hombre de finanzas, Daniel vivió junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana negra que los acompañó durante más de cincuenta años, el drama que se ensañó con la
familia en los días de la revolución de Fidel Castro.

Aurelio Baldor era el educador más importante de la isla cubana durante los años cuarenta y cincuenta.
Era fundador y director del Colegio Baldor, una institución que tenía 3.500
alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la exclusiva zona residencial del
Vedado. Un hombre tranquilo y enorme, enamorado de la enseñanza y de mi madre,
quien hoy lo sobrevive, y que pasaba el día ideando acertijos matemáticos y
juegos con "números", recuerda Daniel, y evoca a su Padre caminando con sus 100
kilos de peso y su proverbial altura de un metro con noventa y cinco centímetros
por los corredores del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando
frases de Martí y con su álgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del
retrato del sabio árabe intimidante, lucía una sobria carátula roja.

Los Baldor vivían en las playas de Tarará en una casa grande y lujosa donde las puestas de
sol se despedían con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba
sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única
pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones. La casa
aún existe y la administra el Estado cubano. Hoy hace parte de una villa
turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una
semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el "Che"
Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya, en el mismo barrio.
"Mi padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia", afirma Daniel.
"Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin falta, íbamos a misa de
seis, una costumbre que no se perdió ni siquiera después del exilio". Eran los
días de riqueza y filantropía, días en que los Baldor ocupaban una posición
privilegiada en la escalera social de la isla y que se esmeraban en distribuir
justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica para los
enfermos de cáncer.

El 2 de enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio Batista se tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la
revolución al director del colegio. "Fidel fue a decirle a mi padre que la
revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de
maestro..., pero ya estaba planeando otra cosa", recuerda Daniel. Los planes
tendría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del líder del nuevo gobierno, y una
calurosa tarde de septiembre envió a un piquete de revolucionarios hasta la casa
del profesor con la orden de detenerlo. Sólo una contraorden de Camilo
Cienfuegos, quien defendía con devoción de alumno el trabajo de Aurelio Baldor,
lo salvó de ir a prisión. Pero apenas un mes después la familia Baldor se quedó
sin protección, pues Cienfuegos, en un vuelo entre Camagüey y La Habana,
desapareció en medio de un mar furioso que se lo tragó para siempre. "Nos vamos
de vacaciones para México, nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se
tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo
teníamos que prepararnos. Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más sombrío que
de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy
analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su
mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo",
dice el hijo de Baldor.

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La respiración de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que jamás regresaría a su isla y que moriría lejos,
en el exilio. El profesor, además del dolor del destierro, cargaba con otro
temor. Era infalible en matemáticas y jamás se equivocaba en las cuentas, así
que si calculaba bien, el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos
meses. Partía acompañado de una pobreza monacal que ya sus libros no podrían
resolver, pues doce años atrás había vendido los derechos de su álgebra y su
aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido
el dinero en su escuela y su país.

La lucha empezaba. Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante 14 días en México y después se trasladaron hasta Nueva Orleáns, en Estados Unidos, donde se encontraron con el
fantasma vivo de la segregación racial. Aurelio, su mujer y sus hijos eran de
color blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una soberbia mulata
cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o llegaban a un lugar
público. Aurelio Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no
soportó el trato y decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde
consiguió alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano en
Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorriqueños, italianos,
judíos y por toda la melancolía de la pobreza. El profesor, hombre friolento por
naturaleza, sufrió aun más por la falta de agua caliente en su nueva vivienda,
que por el desolador panorama que percibía desde la única ventana del segundo
piso.
La aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes
intelectuales de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarará, estaba
condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de
Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del
Colegio Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante
años como escuela revolucionaria para formar a los célebres "pioneros". La
suerte del colegio fue distinta. Hoy se llama Colegio Español y en él estudian
500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea. Ningún niño nacido en Cuba
puede pisar la escuela que Baldor había construido para sus compatriotas.

Lejos de la patria Aurelio Baldor trató en vano de recuperar su vida. Fue a clases de
inglés junto a sus hijos a la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya
dictaba una cátedra en Saint Peters College, en Nueva Jersey. Se esforzó para
terminar la educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que
soñaba: un profesor de literatura, dos ingenieros, un inversionista, dos
administradores y una secretaria. Ninguno siguió el camino de las matemáticas,
aunque todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que
los retaba su padre todos los días.

Con los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de
Cuba. No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro
acompañado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 años y recuerda a su marido
como el hombre más valiente de todos cuantos nacieron en el planeta. Baldor
jamás recuperó sus fantásticos cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como
una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí. "El
exilio le supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de
volver", asegura su hijo Daniel.
El autor del Algebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Pero sus siete
hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabrán que a Aurelio
Baldor lo mataron la nostalgia y el destierro.

Libro Aritmetica, Aurelio Baldor
Libro Algeba aurelio baldor

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